Lo de los caracoles africanos es una verdadera invasión. Aparecen por centenas todas las noches, devoran los cultivos y ni siquiera Protección Civil sabe cómo detenerlos. En 1997 se observó por primera vez un caracol africano en Venezuela pero fue en agosto de 2009, doce años después, cuando reaparecieron con fuerza. Esta especie gigante no es autóctona de Venezuela y se presume que fueron importados ilegalmente para un proyecto comercial que no resultó.
Desde entonces, el Achatina fulic -según su identidad científica- se ha reproducido hasta convertirse en plaga. Se ha visto especialmente en el centro y oriente del país, especialmente en Distrito Capital, Barquisimeto, Monagas, Miranda y Nueva Esparta. Su voracidad ha llegado al punto de amenazar el frágil ecosistema del parque Henry Pittier, en Aragua, pues destruye las plantas. Además, suponen un riesgo potencial para la salud humana pues pueden transmitir diversos parásitos como Angiostrongylus, que transmite una enfermedad abdominal que puede derivar en masa tumoral y Angiostrongylus cantonensis, que produce meningitis eosinofílica.
Estos caracoles son fáciles de identificar. Son muchos más grandes que los criollos, también llamados guacaras y que son, además, inofensivos para el ser humano. Los africanos miden, en promedio, entre diez y 15 centímetros, aunque pueden llegar a 20 centímetros. Además, tienen rayas blancas y de diversos marrones en sus conchas.
El ya extinto Servicio Autónomo de Sanidad Animal publicó en 2009, una serie de recomendaciones para que quienes sufran de esta plaga en sus jardines, patios o campos, sepan manipularlos y reduzcan el riesgo de contraer algún parásito. Fueron reproducidos por la Red de Sociedades Científicas Médicas en su Alerta Epidemiológica 193.
La quema inicial
Antes de botarlos a la basura, aunque sea en bolsas, los caracoles africanos deben ser incinerados o sumergidos en una gran cantidad de cloro. De lo contrario, se diseminan por otros lugares. Para quemarlos, se puede abrir un hueco en la tierra o utilizar un envase de hierro. Siempre deben ser manipulados con guantes, preferiblemente desechables.
Las conchas de los caracoles muertos deben desecharse pues pueden ser depósitos temporales de agua de lluvia y convertirse en criaderos del zancudo transmisor del dengue.
Hasta ahora, ninguna fumigación ha dado resultado contra los caracoles africanos. De hecho, recomiendan no hacerla pues sólo puede agudizar la situación.
Los médicos de la Red de Sociedades Científicas Médicas recomiendan en su Alerta Epidemiológico 193, a la dirección de Control de Vectores Reservorios y Fauna Nociva del Ministerio de Salud, «asumir el desarrollo de un programa de vigilancia y control de las poblaciones del caracol, sin romper el equilibrio ecológico».
Entre las medidas que deben tomar las autoridades para el control sanitario se encuentra la revisión de la materia fecal y secreción mucosa de los moluscos para determinar si porta parásitos, antes de implementar cualquier tipo de control y evaluar el comportamiento del animal en las zonas donde existe presencia endémica de Esquistosomosis, una de las enfermedades que transmiten los parásitos del caracol.
Fuente: El Universal
Fotos: SXC/Panoramio