Fue hace un siglo cuando el entonces superintendente del departamento de agua de Los Ángeles solucionó los problemas de escasez de la ciudad con una medida innovadora para aquella época: la apropiación de recursos hídricos situados a más de 300 kilómetros. El informe Más allá de la escasez: poder, pobreza y la crisis mundial del agua del PNUD, donde figura el ejemplo, alerta del “peligro” que supone que dicho modelo reaparezca “con otra apariencia”, con el “poder dictando los resultados sin ninguna preocupación por la pobreza y el desarrollo humano”.
En 2008, dos años después de la publicación de ese estudio, explosionó dicha tendencia de control de tierras extranjeras (land grabbing, en inglés), en un contexto alcista del precio de los alimentos y de las materias primas. En un primer momento fueron fundamentalmente países de Oriente Medio los que se hicieron con vastas extensiones de terreno fuera de sus fronteras para producir alimentos, provocando de forma paralela una creciente especulación financiera con los cultivos. Desde entonces, nuevos Estados y nuevos actores han profundizado la moda, que justifica en muchos casos la necesidad de inversiones para lograr un aumento de la productividad.
El agua es ahora una de las claves en este proceso, pues cultivar alimentos lejos para consumirlos cerca implica también controlar el agua que regó esos cultivos. “Aquellos que han estado comprando extensas superficies de tierras agrícolas entienden que el acceso al agua que obtienen, muchas veces gratis y sin restricciones, puede tener a largo plazo un mayor valor que las tierras mismas”, apunta un informe de la ONG Grain, que estudia este complejo fenómeno, del que es complicado obtener datos y estadísticas.
En muchos casos, la apropiación de tierras no es el resultado de un proceso transparente y democrático, según el PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciencies of United States of America), quien corrobora que el acaparamiento global de tierras está asociado con una tasa de acaparamiento de agua. Para esta academia de ciencias, Estados Unidos, Emiratos Árabes, India, Reino Unido, Egipto, China e Israel están detrás de aproximadamente el 60% del agua incautada a través de la tierra. Las diferentes legislaciones, la falta de transparencia, los variados acuerdos o la complejidad del proceso entorpecen la tarea de dar cifras: la tierra almacenada para la agricultura oscila entre los 32,7 y 82,2 millones de hectáreas, según PNAS, que justifica la horquilla en el tipo de transacción que se tenga en cuenta. En todo caso, entre el 0,7% y el 1,75% del terreno cultivable mundial está en manos foráneas.
Aclarar con exactitud el acaparamiento de tierras resulta “polémico” para la investigadora del programa de justicia alimentaria del Transnational Institute Jennifer D. Franco: “El gran esfuerzo para definirlo implica en sí mismo el acto político de intervenir en un debate de gran calado sobre la tierra y sus derechos. Nunca habrá un acuerdo sobre lo que constituye el acaparamiento de tierras, al igual que siempre hay desacuerdo sobre lo que es ‘desarrollo’ o ‘seguridad alimentaria’.
Land Matrix, otra de las pocas fuentes que nutren el debate, estima en 35,6 los millones de hectáreas apoderadas en el mundo, una extensión cuatro veces el territorio de Portugal. Si tenemos en cuenta que más del 80% del agua dulce del mundo se dedica a la agricultura, la regla de tres es clara. “El acaparamiento de tierras para el desarrollo de proyectos agroindustriales necesita del agua que existe en los territorios para poder producir las mercancías que luego comercializan. Sin agua no hay agricultura posible y eso lo saben las corporaciones, que realizan sus inversiones en territorios donde el agua es abundante”, explica a Carlos A. Vicente, integrante de Grain. El comercio agrícola global es “una gigantesca transferencia de agua en forma de commodities, desde regiones donde se la encuentra en forma abundante y a bajo costo, hacia otras donde escasea y es cara”, completa la investigación de 2013 El acaparamiento global de tierras. Guía básica, del Transnational Institute y Fuhem Ecosocial.
Seguridad hídrica, energética y alimentaria están interrelacionadas. Más allá de la agricultura, son muchas las formas y funciones en las que el vital líquido es requisado: “El agua ha sido un bien mucho menos contestado por los movimientos sociales. Su fluidez hace más difícil su defensa. Sin embargo, ha sido acaparado de muchas formas: para la agricultura intensiva, para la generación de energía que se exporta o que presta servicios exclusivamente a la industria, para el embotellamiento o para la minería, entre otros.
Los acaparamientos de tierra y de agua pueden ser procesos simultáneos; en ocasiones, una vez despojadas las comunidades de su tierra es imposible que accedan nuevamente al agua”, explica Irene Vélez, investigadora colombiana que ha estudiado el fenómeno en la zona del Alto Cauca.
Fuente: Urgente 24