Brasil, el principal exportador mundial de carne, comenzó a sufrir algunas sanciones luego de que reconociera, con dos años de retraso, que padeció en 2010 un caso del mal de las vacas locas o Encefalopatía Espongiforme Bovina (BSE). Según reconoció su Ministerio de Agricultura, China, Sudáfrica y Japón ya suspendieron las compras de carne brasileña.
Esas restricciones, de todos modos, tienen un impacto económico insignificante respecto del daño potencial que podría sufrir Brasil si Rusia se suma a la lista de países que prohíben sus carnes. Moscú ya adelantó que analiza el asunto, aunque no se pronunció todavía. Por eso la diplomacia brasileña lanzó una ofensiva para convencer a las potencias aliadas del BRIC de que la situación sanitaria no reviste peligro. El intento incluye a la mismísima presidenta Dilma Rousseff, que se encuentra en Rusia y hoy se reuniría con presidente Vladimir Putin.
El viernes pasado, luego de que la Organización Internacional de Epizootias (OIE) le asegurara status de “país con riesgo insignificante” de BSE, Brasil anunció al mundo que los análisis realizados a un bovino muerto en 2010 resultaron positivos: el animal tenía el prion que desencadena el mal de las vacas locas. De todos modos, como murió por otras razones, se consideró que se trató de un caso “atípico” de la enfermedad.
Tras el hallazgo de ese primer caso en suelo latinoamericano (en realidad, en los noventa hubo un caso de BSE en las Islas Malvinas, pero en un animal importado de Gran Bretaña), el vecino país “está intensificando los contactos con los mayores importadores de carne bovina y serán presentadas todas las informaciones a los socios comerciales en todo el mundo”, comunicó oficialmente el Ministerio de Agricultura.
Aquí, el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) no emitió ninguna opinión sobre el caso de vacas locas en Brasil, pese a que el mismo se detectó en el estado de Paraná, fronterizo con la Argentina.
Fuente: El Clarín