De acuerdo con Marta Romano Pardo, científica del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav), los animales en cautiverio y domésticos pueden enfrentar situaciones de estrés que de no ser resueltas provocan daños en su sistema inmunológico, comportamientos repetitivos patológicos y baja tasa de fertilidad, perjudicial para las especies en peligro de extinción.
«Pueden estar deprimidos, lo que se traduce en que no comen bien, se apartan o se van a un rincón o presentan conductas agresivas, además de conductas patológicas como lamerse una pata o alguna parte del cuerpo todo el tiempo y terminan con lesiones infecciosas en la piel», explicó la investigadora adscrita al Departamento de Fisiología, Biofísica y Neurociencias.
Romano Pardo, en colaboración con el Departamento de Etología y Fauna Silvestre de la Facultad de Veterinaria de la UNAM, y el Instituto de Neuroetología de la Universidad Veracruzana, entre otras instituciones, se ha encargado de estudiar los indicadores de estrés en fauna en cautiverio como primates, felinos lobos y delfines, a partir de la medición de hormonas relacionadas con esta reacción fisiológica como el cortisol y la corticosterona.
Un aspecto fundamental en estos estudios es la utilización de métodos no invasivos que no impliquen la captura o persecución de los animales, por lo que se analizan las mencionadas hormonas en las heces, saliva u orina.
«La importancia de conocer los niveles de estrés es porque se espera que los animales estén en las mejores condiciones posibles. A veces se tienen en cautiverio con el fin de que los conozca la gente, pero también en los zoológicos permanecen especies que han sido maltratadas, heridas, o que están en peligro de extinción con fines reproductivos y de conservación».
Para la doctora en Medicina es fundamental revisar el manejo interno y el tipo de alojamiento de las especies para saber cómo se encuentran y así evitar afectaciones.
«De ser necesario se sugiere un enriquecimiento ambiental, es decir, ponerle lo que podríamos denominar como «juguetes», y troncos o árboles en el caso de los primates u ofrecerles lugares para esconderse por si no les gusta el público o les molesta el ruido que provoca como sucede con los lobos».
El sólo hecho de estar en un zoológico ya representa un factor de estrés, pues los animales se enfrentan al traslado, la llegada a un lugar desconocido, en ocasiones un encuentro con animales de la misma especie (lo que implica un arreglo social para saber quién será el dominante) y cambios de comida y temperatura, así como la exposición al público.
Sin embargo, los animales como los humanos tienen que resolver continuamente situaciones de estrés como una respuesta natural y necesaria para la supervivencia. El problema surge si se presenta por un periodo prolongado y no puede resolverse las causas que lo provocan.
«Existe un estrés fisiológico y uno patológico. El estrés fisiológico es cuando se responde a un estrés diríamos normal, de corta duración y que se puede afrontar, en cambio el estrés patológico es cuando no se puede lidiar con el estrés fisiológico y entonces las hormonas (cortisol o corticosterona) alteran el sistema inmunológico y perturban la respuesta de defensa del organismo».
«Es importante la educación del público y que conozcan que al igual que ellos, los animales también se estresan. A los animales les molestan los ruidos muy violentos o que les arrojen comida que no es la habitual lo que puede provocarles daños digestivos. Debemos respetarlos».
Los zoológicos, dijo, han evolucionado en beneficio de los animales, pues antes se les tenía tras rejas y ahora se trata de imitar un entorno natural en espacios más amplios y con lugares para esconderse.
«La mayoría de los animales les tiene miedo al público pero para otros representa un enriquecimiento ambiental. Es difícil determinar si los animales en cautiverio se estresan más que los de vida silvestre, esto depende de muchos factores y no es correcto generalizar.»
Fuente: El Occidental