La relación afectiva del hombre con el caballo es ancestral. En la mitología, Belerofonte le dio muerte a la monstruosa Quimera, montado en su caballo alado Pegaso. Bucéfalo acompañó a Alejandro Magno en la mayoría de sus batallas. Mahoma peregrinó a La Meca en Lazlos, aunque manteniendo cerca a Al Qaswá, su camello favorito. El Cid Campeador tenía en alta estima a Babieca. Incluso el disoluto Calígula tuvo una relación especial con Incitatus (Impetuoso). Más de dos millones de años después de la llegada del caballo, se ha venido a descubrir que también puede curar o por lo menos contribuir con el tratamiento terapéutico de una afección o discapacidad.
Varias cosas de sentido común apuntan hacia los beneficios de montar a caballo, bajo la vigilancia de un terapeuta, en el tratamiento de personas discapacitadas. Las primeras son elementales. Muchas personas discapacitadas tienden a hacer una vida en extremo sedentaria y a autorecluirse.
El sedentarismo debilita los músculos y el sistema óseo, con consecuencias negativas en la salud. La autoreclusión afecta la salud mental y también la física, ya que se pasa poco tiempo al aire libre. El movimiento tridimensional del jinete sobre un caballo (adelante y atrás, arriba y abajo, izquierda y derecha) exige atención y concentración, lo cual es favorable para las personas que padecen discapacidades.
Finalmente y no menos importante, está el vínculo afectivo que puede desarrollar el ser humano con el caballo. Nos imaginamos el cálido provecho que puede obtener un chico discapacitado en una especie de relación con una segunda mascota.
Se habla también de que, como la temperatura del caballo es algunos grados superior a la del jinete, la transferencia de calor que se produce hacia el cuerpo humano tiene múltiples beneficios. Desconocemos si hay estudios serios que corroboren esta hipótesis.
En este caso, un estudio solvente es muy difícil de hacer, por las dificultades para aislar el «efecto temperatura» de las demás variables de una ecuación tan compleja. De cualquier modo, el calorcito es más agradable que el de un pañito caliente.
Ya se pudiera estar entrando en clara manipulación cuando se afirma que la equinoterapia cura el autismo y otros trastornos similares. Sin duda puede ser una formidable actividad complementaria a desarrollar por un autista, pero publicitar a la equinoterapia como la cura del autismo no es ético.
Casi todas las ciudades importantes cuentan con centros de equinoterapia. Pudiera ser una opción a considerar, estando consciente de sus fortalezas y limitaciones.
Fuente: Ojo Curioso