El zoólogo Daniel Llavaneras explica lo estratégico de enseñar a los niños a valorar los insectos de Venezuela. En este mundo dominado por la tecnología es difícil imaginar que un joven citadino decida un día que quiere ser entomólogo; esto es, dedicarse como en un acto zen, a estudiar pacientemente los insectos. Pero eso fue lo que hizo Daniel Llavaneras.
A mitad de su educación media escogió a la Biología como objetivo profesional y se graduó en Zoología en la Universidad Central de Venezuela. Actualmente cursa una Maestría en Ciencias Biológicas en la Universidad Simón Bolívar y forma parte de la organización ConBiVe (Conservación de la Biodiversidad Venezolana).
En el país la entomología no existe como carrera; lo más cercano es el postgrado de Entomología y Salud Pública del núcleo de Maracay. Por eso quienes se dedican a ella van seleccionando de un pensum materias relacionadas. Es el estudio de los insectos en todos los aspectos, taxonomía, cómo interactúan con el medio, cómo se clasifican, cómo afectan a los humanos; este último es el que más se ha desarrollado en el país: el manejo de plagas con relación a la salud y a la agricultura.
-¿Qué importancia tienen los insectos para la vida?
Los insectos son una base fundamental de la dieta de todos los ecosistemas. Por ejemplo, los mosquitos alimentan a las arañas, estas a las aves, las aves a otros animales más grandes.
Existen tantos que los especialistas se dedican a ahondar en las familias que pueden tener miles de especies distintas.
Llavaneras tiene formación en Entomología Médica, pero su interés actual apunta a la diversidad biológica que existe en el Jardín Botánico de Caracas, donde aspira a hacer su tesis de maestría. Con relación a este recinto comenta «me parece muy triste que un área tan importante desde el punto de vista de diversidad y de recreación esté tan descuidada por falta de recursos. Desde 2008 el problema presupuestario es lamentable. Ahora están dando cursos y talleres para poder equilibrar la situación, pero lo que se ha hecho resulta poco».
Este científico dicta talleres de Macrofotografía en el Jardín Botánico, de lo cual un porcentaje queda para la institución. «Es mi manera de ayudar», dice.
-¿Cuándo decidiste que querías ser biólogo?
En el cuarto semestre de la carrera. Decidí estudiar Biología gracias a mi profesora de noveno grado, Fátima De Freitas. En el momento que vi la clase con ella me enamoré de la Biología, sabía todas las preguntas. Además, mi niñez la pasé en una casa rodeada de áreas verdes y en lugar de quedarnos viendo televisión nos íbamos al río a buscar renacuajos. Luego entré a la universidad queriendo ser ingeniero genético, pero al ver clases en Biología Animal los profesores, excelentes todos, me mostraron la diversidad de organismos que hay, las adaptaciones que tienen, y quedé encantado.
-¿En algún momento te preguntaron si estabas loco por querer estudiar insectos?
Siempre, porque la gente lo ve como algo que no tiene campo. Afortunadamente he encontrado trabajo. Es difícil y no es bien remunerado. En general, en el grupo en el que uno estudia siempre hay otros que también quieren hacer cosas que a mucha gente no les parece normal. Una amiga quería estudiar los monos en la mitad de la selva, otra los delfines en la costa. Era una decisión entre estudiar lo que uno realmente quería o tener un excelente sueldo cuando nos graduáramos.
-¿Cuántos insectos existen?
En el mundo hay entre 900.000 y 1.500.000 de especies de insectos, desde libélulas, escarabajos, mariposas, moscas, cucarachas, termitas, tijeretas… y otros que no son tan comunes. En el país hay algunas endémicas, como la tarántula azul de Paraguaná. Lamentablemente, se compra y se vende como mascota. De los más peligrosos tenemos el mosquito y los chipos, pero de los beneficiosos, las abejas; sin ellas no tendríamos miel pero tampoco la mitad de las cosechas.
Desafortunadamente existe un mercado de tráfico de insectos; por ejemplo, el escarabajo Hércules que puede alcanzar 20 centímetros vivo llega a costar 750 dólares. La gente lo tiene de mascotas o como adorno. Las mariposas azules plateadas que se veían en El Ávila ahora escasean porque se venden a los turistas a 50 dólares. La solución es hacer cumplir las leyes.
-¿Qué propones para que los jóvenes estudien carreras científicas?
Justamente lo que he estado haciendo desde hace dos años, ir a colegios a dar charlas. Muy pocas veces se habla a los jóvenes sobre carreras científicas. Estas actividades se hacen desde preescolar hasta quinto año. Lo hago como un aporte social. Llevo insectos para que los vean. Me encanta mostrarlos a los niños pequeños porque no expresan el rechazo que tienen los adultos. Se deberían incorporar más materias científicas prácticas en la educación, que te muestren una caja de especímenes en lugar de la página de un libro.
Este biólogo explica que es importante que se motive a los niños para que interactúen con los insectos. La idea es mostrar toda la diversidad y hacer ver que no todos son malos. Es necesario, a su criterio, el contacto constante con la naturaleza y dejar que los niños pregunten, así poco a poco se va cambiando la percepción sobre este fascinante segmento de la fauna que nos acompaña en nuestra convivencia en el planeta.
Fuente: El Mundo