Tanto televisión como las redes sociales nos han mostrado en repetidas secuencias el ataque de un perro a un niño que paseaba en triciclo, y lo que es más asombroso, la fulminante carga de una gata, mascota del pequeño, que no sólo detiene al agresor, sino que lo hace huir despavorido. La historia terminó milagrosamente con tan sólo unas leves lesiones en la pierna del niño.
Una vez más asistimos con gran preocupación a un acto de este tipo, aunque esta vez no arrojara un desenlace trágico. No podemos evitar preguntarnos cuáles son las razones que motivan que un animal aparentemente inofensivo y amigo se convierta en un potencial predador para nuestro cachorro humano. Vamos a analizar el terrible fenómeno.
¿Quién es el culpable?
Antes de responder de manera superficial es necesario reflexionar sobre las bases del comportamiento y la etología del perro y sobre las razones de esta traición a nuestra supuesta mejor amistad. El perro es sociable y se integra en el entorno humano como un miembro del clan. Si ataca a un humano, o incluso a un miembro de su grupo familiar humano algo, sin duda, debe de estar fallando.
La mala socialización puede llevar a un perro adulto a desarrollar conductas agresivas que por lo general se han generado en su etapa de cachorro. Hay periodos críticos de formación de la conducta social que pueden verse alterados cuando el animal ha pasado esta etapa en soledad, sin poder ver o jugar con otros congéneres o sin que su amo haya iniciado su educación ofreciéndole juego y compañía.
Muchas conductas caninas tímidas, que pueden tornarse agresivas, con miedo ante los extraños humanos o ante otros animales, incluso con rechazo a salir a la calle, se deben a un defectuoso trato en esa etapa crítica de socialización. A veces los adiestradores profesionales pueden corregir este comportamiento, pero deben intervenir lo antes posible y estar verdaderamente cualificados.
El entrenamiento para el ataque es otra de las causas de que se desarrollen en el perro conductas agresivas. En este caso queda claro que la culpa de los desastres que en el futuro pueda ocasionar el perro quedan en el debe del irresponsable que lo convirtió en una fiera.
En los años de nuestra Transición, primeros de la Democracia, se desataron fiebres de miedo a la delincuencia que motivaron la proliferación de perros adiestrados para defender a su dueño o una propiedad. No hace falta insistir en la advertencia del peligro que acarreaban estos animales destinados a compensar la falta de presencia de ánimo de sus dueños. Poco a poco, y también a base de disgustos y de accidentes, algunos fatales, se llegó a la conclusión de que la propiedad de un perro agresivo sólo puede proporcionar a su dueño disgustos, multas o incluso grandes responsabilidades.
Errores de la conducta de caza
El perro no ha perdido su instinto cazador, y tiene tendencia a correr tras las presas móviles: en esto se basa su pasión por el juego de correr tras la pelota que se le lanza, «cobrar la pieza» y devolverla a su amo con la suplicante mirada de que vuelva a arrojarla, a veces hasta llegar a la hiperdependencia y la histeria. Cuántos ciclistas son perseguidos por perros que pueden hacerles caer y provocar un accidente.
El síndrome de la carrera tras el ciclista no suele culminar en un auténtico ataque: se trata más bien de un simulacro en el que el peseguidor se conforma con el alejamiento de su presa. ¿Qué ocurre cuando el ciclista se para, se baja, y mira fijamente al perro? generalmente nada, ha ocurrido algo nuevo y el animal no está capacitado para reaccionar, a no ser que se trate de un perro adiestrado para el agarre.
Las actitudes de los niños que juegan pueden incitar el ataque de estos perros, afortunadamente atípicos. Los predadores interpretan la descoordinación y la torpeza de movimientos con lesiones o enfermedad de sus potenciales presas, y esto hace que las elijan con preferencia. No hace falta insistir en la extraordinaria prudencia necesaria para evitar que un niño juegue en soledad en ningún espacio abierto, sin estar permanentemente vigilado por un adulto.
Los ataques de tiburones a nadadores suelen responder al patrón anterior. Por muy bien que nade un ser humano la información de sus movimientos que percibirán los sentidos del escualo será la de «presa agitándose con torpeza»: realmente nunca igualaremos la destreza de un pez sano, y pasaremos por un ser acuático enfermo que se debate con esfuerzo en el agua. Una cura de humildad hasta para nuestros campeones olímpicos.
La combinación de «presa que huye» con la de «movimientos torpes» podrían ser los factores que han motivado el ataque al niño del triciclo. Bendita gatita que lo salvó con su ataque fulminante: seguramente no podía ni ver a su vecino canino de la calle y lo habría rechazado de modo parecido aunque el pequeño no hubiera estado implicado, pero lo real es que lo ha salvado, aunque ha convertido en una historia de buenos y malos lo que parece ser, desde el punto de vista estricto de la etología, un conflicto territorial entre dos cazadores domésticos.
La lección final es insistir hasta la saciedad en la necesidad de extremar la vigilancia de los niños, que nunca deben estar solos, ni un minuto siquiera, en la compañía de sus mascotas caninas, aunque se trate de auténticos perros niñera que no despierten la menor sospecha de agresividad potencial.
Y hechas las necesarias advertencias anteriores, tampoco olvidemos la impecable hoja de servicios de la inmensa mayoría de nuestros amigos caninos.
Fuente: Libertad Digital